jueves, 23 de mayo de 2013

En la revista Papel Literario (pestaña artículos) aparece la reseña que, sobre Galería de Mundo y Olvido, ha realizado el poeta Francisco Basallote. Desde aquí mi gratitud y el honor por ser reseñado por tan importante figura literaria.



Hace poco tiempo un gran poeta, Félix Grande, me decía que gracias a la juventud , la poesía española está cambiando y así es; como los grandes movimientos culturales es un cambio lento, silencioso y a la vez profundo, no se trata de una revolución ni un corte brusco, es como una silenciosa penetración en el ámbito poético de una joven generación que como en un descendimiento biológico aparece de forma y voz plural en todos los rincones del país cargados de una verdad que late en sus corazones, que se reconoce en las voces pasadas pero que se acoplan al ritmo del nuevo tiempo pausadamente, no vienen con actitudes despectivas, antes bien respetuosamente con las poéticas que le precedieron y de algunas de las cuales beben; aunque han buscado en otras raíces el elixir que les alimenta, descubriendo sus espejos poesías hasta ahora intangibles para muchos poetas anteriores.


En estas páginas hemos dado cuenta de obra de autores jóvenes, algunas de ellas óperas primas con tan alto grado de madurez que demuestran que no se tratan de advenedizos sino de serios valores a tener en cuenta. Entre ellos traemos hoy a estas páginas a Iván Onia Valero (Sevilla, 1980), que a los dos años de su primera obra: “Tumbada cicatriz”, nos presenta un poemario “ Galería de mundo y olvido”, en el que demuestra con una acertada perspectiva sobre el paisaje que la cotidianidad le ofrece, una poesía llena de madurez en el camino emprendido hacia la búsqueda literaria de su verdad, que se abre ante sí prometedoramente.


Dice de sí el propio poeta:.“Como todos los jóvenes yo también vine a llevarme la vida por delante, pero a diferencia del genial Gil de Biedma, siempre he sido consciente de que el tiempo deja esqueletos en la cama y hay que sacudir las sábanas a diario. (…)Hay aristas de acero en esos pasajes de la vida que se fueron y, al querer asirlos, resbalan cortándonos las manos, de modo que sólo hallé en el verso la máquina capaz de recolectar todo aquello, si bien no para que hiciera menos daño, sí para hacerlo más bello y susceptible de ser colocado en estanterías. De modo que poco a poco fui rellenando los anaqueles con la arcilla de la memoria, leí a poetas que me enseñaron sus pequeños museos y me mostraron las endecasílabas jaulas donde metían, para más seguridad, su voz y su palabra, me abandoné a la desnudez de la idea y al brillo de la metáfora y quise dejar constancia de mi virtud en cada poema que llegaba al final con la sentencia firme del que pareciera, de nuevo, mi poema definitivo”.

En esa ascesis personal se fundamenta indudablemente ese músculo poético, esa certera asunción de la palabra como instrumento cabal para labrar verso a verso una estructurada poética, cimiento de un edificio sólido que en su autenticidad se manifiesta fehacientemente.

Tiene esta “Galería de mundo y olvido” tres partes diferenciadas, en su estructura, no en su concepción poética:”Galería de mundo”,”XXX poemas en los huesos” y “Olvido”, como si quisiera expresar tres posiciones dentro de su universo poético. En “Galería de mundo” se expresa en un rico lenguaje, lleno de afortunadas metáforas e imágenes que bordan el surrealismo, la fuerte cotidianidad expresada como un medio agreste, incómodo y lacerante para su fragilidad , con el que el poeta dialoga y a veces transmite las angustiadas cuestiones que la vida le presenta: “…/A veces quiero hablar sólo mitades/ para abrirme el hígado la sonrisa limpia/ que traza el escalpelo y ver brotar así/ el hemisferio de negrura que me completa/ en la cara lavada del espejo./…”; “…Sé que frente al espejo no soy más / que este puñado de rutinas,/ estos zapatos gastados/ y, sin embargo, estoy viendo mis ojos/ redondearse en un asombro ignoto,/….” , aunque en la normalidad de lo cotidiano tenga que encontrarse consigo mismo en la ciudad: “ Es normal caminar y desandar/ las avenidas anchas y templadas: / Pisar como a palomas muertas, fechas/ que nos relatan quiénes hemos sido…” ; “ ..Qué viento urbano te suspende,/ balancea tu anatomía/ de cadáver novato/ por la tarde en ciernes ./…”. Y en este escenario se hace patente la poesía: “… cuando aún/ la poesía no era el labio duro/ donde llagarse,/ la carne abierta por la que decimos./…”, que será “ Búsqueda …/…/ susurro táctil que permita ondas/ un instante…” .

La segunda parte, “XXX poemas en los huesos”, es como un esquema de la poética del autor, no solo por la brevedad de los poemas, algunos de dos versos solamente, con una importante carga aforística; sino porque logra conceptualmente concentrar la hondura de su pensamiento en la breve dimensión de sus poemas, algunos de una pureza que nos recuerda a Valente o a Blanca Varela: “Para que todo sea; para hacer de la muerte otras sombras,/ del insecto, el órgano puro./ Dices corazón o árbol, / te haces nombre de ojos abiertos.” , “No existe, solo somos nosotros/ mirando por las ventanas y los espejos de barro./ Carne convertida en piedra./ Aire que no es más que fotografía.”.En algunos casos tan profundamente expresivas: “Hasta mi pluma miente si pronuncio/ - líquidas, negras – estas alambradas.”.

Mientras, la tercera parte, “Olvido”, no es sino el eterno peaje que todo poeta hace al tiempo, a quien en estos extraordinarios poemas de la memoria, paradójicamente quiere revestir de olvido. Comienza, como no podía ser menos, diciendo en un soneto: “Tiempo. Toro de luz viniendo siempre,/ grifo de sangre para decir los días/…”, y ese tiempo y el espacio que lo habitó se hacen carne de memoria: “Más que aquellos que allí fuimos alguna vez,/ extrañan las casa./ - El polvo intacto, cada cosa en su frío - / Regresamos a las habitaciones/ para que los objetos vistan sus huesos/ con el asombro de ser encontrados./ La nostalgia que nos recorre entonces/ es la lengua del hierro conteniendo el vacío./ Idioma de lo que un día habitamos.” . Y la memoria es capaz de hacer revivir el estallido floral de las cunetas: “Éramos domingo en la carretera,/ un enjambre de primos que restaban/ los kilómetros al sabor del cloro/ y hundían la semana en la piscina. Allí aprendimos el beso de los higos, /la electricidad verde de la ortiga./…”. Claro que todo es pérdida, sangrante herida, por ello la recurrente llamada al olvido, olvido como lenitivo del dolor: “Cuando quise volver sobre mis pasos,/ las aristas de todo lo que había/ perdido alguna vez me iban sajando/ las manos…”.

Intenso poemario íntimamente condensado en un sentimiento que tiene mucho de existencial en cuanto ceñido al tiempo y a sus circunstancias se hace llaga y dolor, en un asumido presente, “…un cadáver de tiempo tan joven que no sabe irse del todo…”.

Francisco Basallote

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