domingo, 31 de julio de 2011

Contra la Kodak

Cosa terrible es la fotografía.
Pensar que en estos objetos cuadrangulares
yace un instante de 1959.
Rostros que ya no son,
aire que ya no existe.
Porque el tiempo se venga
de quienes rompen el orden natural deteniéndolo,
las fotos se resquebrajan, amarillean.
No son la música del pasado:
son el estruendo de las ruinas que se desploman.
No son el verso sino el crujido
de nuestra irremediable cacofonía.

















Jose Emilio Pacheco
Fotografía de 1985 aproximadamente, de los hermanos José María e Iván Onia

viernes, 29 de julio de 2011

Miss Dior

Me has mirado por la ciudad con todos
sus ropajes, a lomos de cada una
de las horas que de los relojes van a la nada,
y en cada metro de luz que se enreda
en los árboles hasta que no quedan
distancias y las calles se transforman
en un cielo ebrio y un mapa de alfileres.

Si giraba el volante te encontraba
multiplicándote en las avenidas
como un animal que nunca se rinde,
como una obsesión en cada semáforo.

Cansado como estaba de mirarte mirarme
allá donde el asfalto me arrojaba,
decidí besar con los puños aquellos ojos,
y lo hice con un beso tan fuerte que los cristales
corrieron por la acera y los vecinos
se fueron encendiendo en los balcones.

Ahora me persigue la policía
con los gritos azules de sus coches,
cabalgando el desierto que el verano
esparce en la ciudad de madrugada,
mientras tú, señorita incansable,
me miras encendida y me deseas suerte
en todas las paradas de autobús
que la velocidad lleva escondidas.




















Iván Onia Valero, de Galería de Mundo y Olvido (Ediciones en Huida, 2013)

Diatriba a la ambición


















Había una edad para ser algo más en la sociedad, pero la pedí prestada para ser algo más en la intimidad. Buenas noticias, pues, por haber empezado a cortarme las amarras de tantos proyectos inertes. El peso de las medallas nunca es comparable al peso del aire que se respira, y ninguna conversación en los despachos de la cima tiene la fuerza de la soledad voluntaria y probada en todos sus matices. Digamos simplemente que estoy a punto de cambiar de embarcación. Nos educamos para conocer perfectamente la ruta de los mares. Salíamos con nuestro fueraborda y la línea recta era implacable. La velocidad de los vientos y la fuerza de los motores nos permitían llegar siempre al puerto deseado y a la hora convenida para ser los primeros. Y ahora, cuando ya hemos aprendido a leer las randas de espuma de las playas, he decidido cambiar la navegación a motor por la navegación a vela. Quizá sea verdad que no sé dónde voy, pero sí que sé adonde no hay que ir nunca. Tarde o temprano encontraremos el puerto de llegada, pero de camino tendremos que sortear los escollos y las corrientes, y llegaremos a tierra firme cuando ya no queden ni la banda de músicos ni discursos oficiales, sino la chica que está a punto de cerrar el último bar y que nos ofrecerá la última copa de la madrugada, la última habitación del hostal, quizá el último beso de buenas noches.


Fragmento extraído de Parada obligatoria de Joan Barril

miércoles, 27 de julio de 2011

Noches malas y Noches de ausencia

Hay noches que se lamen las heridas,
que estallan o revientan a los días
y se pasean por las calles con
llagas enormes, blancas como estrellas.

Hay noches en las que uno no quisiera
haber sido invitado a este espectáculo
de dulzura y de sangre que es el mundo,
noches donde los versos crecen
como puñales en la carretera
y uno quiere morir encima de ellos,

los poemas mortales del camino…

dirían las canciones recordándome
y yo me iría con un frío bellísimo bajo el pecho.

Y hay otras, sin embargo, noches de hombros,
-por ejemplo-
noches de labios,
tinieblas sucedáneas con rostro
tuyo,
donde es inevitable cerrar los ojos,
y morderte la boca que es de aire,
y cantarte canciones que no canto.















Iván Onia Valero

lunes, 25 de julio de 2011

Tarde de biblioteca estándar

Leo poemas mientras me desguazo
por la enorme sala.
Mis ojos recorren estanterías
de metal grisáceo,
altos techos, faldas del diablo, piernas
y rodillas, alegres coletitas.
Mis manos se detienen en el tacto
intacto, repasan los breves folios,
leen con las yemas los versos de otros
y los propios, también se detienen
en la música tamborilera
de sobremesa o repasando los
días que cumple la barba.
Los pies, allá en su sótano, también
sueñan con el mar y viajan dejando
aquí sólo los zapatos y, claro,
las piernas, de puro celo, igual
me abandonan.
Los oídos están con la música en su parte
y la nariz se fue tras un café
de la mano de una lengua hecha agua.

De modo que aquí me ven, todo tronco
y cabeza insensible, sentado,
esperando que mis partes regresen
de golpe para empezar el tema uno.












Iván Onia Valero

miércoles, 20 de julio de 2011

Oh Capitán, mi Capitán

El poema de Whitman O Captain! my Captain es un homenaje de 1865 a A. Lincoln, presidente de los estados Unidos que fue asesinado ese mismo año a manos de John Wilkes Booth dentro de un complot mayor que tenía como objetivo terminar con altos cargos del gobierno norteamericano. La bella elegía de W.W y su famoso y potente primer verso encendió la luz dentro de la película El club de los poetas muertos de 1989 para homenajear con la irreverente gallardía que sólo posee la adolescencia al profesor John Keating, presa de una injusticia que, si bien no acaba con su vida, si traza una bella analogía entre el malogrado Lincoln y la muerte de la poesía y la libertad dentro del Colegio Welton.

I

¡Oh Capitán! ¡Mi capitán! Nuestro espantoso viaje ha concluido;
El barco ha enfrentado cada tormento, el premio que buscamos fue ganado;
El puerto está cerca, las campanas oigo, toda la gente regocijada,
Mientras los ojos siguen la firme quilla de la severa y osada nave:
Pero ¡oh corazón! ¡Corazón! ¡Corazón!
Oh las sangrantes gotas rojas,

Cuando en la cubierta yace mi Capitán
Caído, frío y muerto.


II

¡Oh Capitán! ¡Mi capitán! Levántate y escucha las campanas;
Levántate —por ti se ha arriado la bandera— por ti trinan los clarines;
Por ti ramos y coronas con cintas— por ti una multitud en las riberas;
Por ti ellos claman, el oscilante gentío, sus ansiosos rostros a ti se vuelven;
¡Arriba Capitán! ¡Querido padre!
Este brazo bajo tu cabeza;

Es tan sólo un sueño aquél en la cubierta,
Tú has caído frío y muerto.


III

Mi Capitán no responde, sus labios están pálidos y quietos;
Mi padre no siente mi brazo, no tiene pulso ni voluntad;
El barco se encuentra anclado sano y salvo, su viaje concluido y terminado;
De una horrorosa travesía, el barco vencedor, viene con un objeto conquistado;
¡Regocíjense, oh riberas y repiquen, oh campanas!
Pero yo, con lúgubre andar

Camino la cubierta donde yace mi Capitán,
Caído, frío y muerto.


I

O CAPTAIN! my Captain! our fearful trip is done;
The ship has weather’d every rack, the prize we sought is won;
The port is near, the bells I hear, the people all exulting,
While follow eyes the steady keel, the vessel grim and daring:
But O heart! heart! heart! 5
O the bleeding drops of red,
Where on the deck my Captain lies,
Fallen cold and dead.

II

O Captain! my Captain! rise up and hear the bells;
Rise up—for you the flag is flung—for you the bugle trills; 10
For you bouquets and ribbon’d wreaths—for you the shores a-crowding;
For you they call, the swaying mass, their eager faces turning;
Here Captain! dear father!
This arm beneath your head;
It is some dream that on the deck, 15
You’ve fallen cold and dead.

III

My Captain does not answer, his lips are pale and still;
My father does not feel my arm, he has no pulse nor will;
The ship is anchor’d safe and sound, its voyage closed and done;
From fearful trip, the victor ship, comes in with object won; 20
Exult, O shores, and ring, O bells!
But I, with mournful tread,
Walk the deck my Captain lies,
Fallen cold and dead.


Walt Whitman

martes, 19 de julio de 2011

Las rejas de mi corazón


Ay, cada vez que me emborracho
y abro la cárcel del olvido,
por más que amores que he tenido
y en el camino he ido dejando,
uno por uno recordando
ninguno como el suyo ha sido.

Corazón, las rejas de mi corazón
desde la prima hasta el bordón
y uno por uno recordando
ninguno como el suyo ha sido.

Cuanto viví
por países y playas
fue con ella al lado.

Años de juventud
de ron y libertad
y de noches sin dormir.
En la universidad fue la voz
la bandera de los estudiantes
que soñando cambiar este mundo
alzaban los puños
y andaban la calle.

Con ella perdí la inocencia
y la falsa decencia
de nuestra educación.

Fue quien me libró de dolores.
Y la fragancia de madera
de sus costillas compañera
fue la que me encajó los dientes.
Y me aguantó desde chiquillo
para no apretar más de un gatillo
que hoy todavía está caliente.

Con ella fue con quien canté
todas las canciones posibles
y también las imposibles,
las canciones que no se cantan ni escriben
porque son cantos de cisne, de sirena y de cigarra.
Conmigo a la espalda
como si fuera un fusil
con el que disparo mi palabra.

Y en el mundo no hay amor
que cambie yo por mi guitarra.


Juan Carlos Aragón Becerra

sábado, 16 de julio de 2011

Otra revelación















Los días de noviembre son pródigos
en revelaciones y puntos de inflexión.
Sin ir más lejos, esta misma noche advertí
que ya no quiero escribir como Ángel González
-por ejemplo-
y ser mandado a leer a hormonales adolescentes
que tropiecen en junio y setiembre en mi verso,
o ser llamado generación y
leer poemas en el aula magna cada verano
mientras cuento las rodillas de la primera fila.
Tampoco quiero ya una tumba apartada
con un epitafio que de sólo leerlo conduzca al cielo.

Ahora mi ambición ha roto el techo
al que creía haber llegado.

Quiero más.

Sin ir más lejos quisiera que una muchacha
me leyera distraída cualquier noche futura
sin saber cómo llegué a sus manos
y repare de pronto en un verso
–feroz o dulce-
al tiempo que de su pie suspenso
cae la zapatilla de invierno
-con esa tristeza-
junto a la papelera que arde
o el perro que duerme.



Iván Onia Valero (2008) revisión 2012
Cuadro: Muchacha leyendo con doguillo de Charles Burton Barber (1879)

martes, 12 de julio de 2011

Mediodía. Verano

Hay niños que caminan sobre los
esqueletos de las últimas olas
y llevan los pies sucios del recuerdo
que todavía no los ha alcanzado.

Yo he bajado despacio hasta esta piel
dorada donde al agua no le llegan
los dientes y hundo la lanza trazando
el redondo artificio de la sombra
o abro el pájaro muerto de los libros
o cito al mediodía en mi muñeca
como quien busca todas las preguntas
que flotan en un vaso de cerveza:

¿Cuántos misterios le caben al mar?

¿Cuánto horizonte soy desde otra orilla?

¿Cuánta verdad se esconde tras las puertas
cerradas de los bares?


Mientras cae la tarde, las preguntas
están ardiendo dentro del poema
y el sol se agarra a los cuerpos con una
saliva de oro. Sin embargo, cuando
creemos alcanzar las respuestas
sólo hallamos las huellas de un fantasma
y las hogueras que cierran las sombrillas
y las mentiras que abren los bares.













Iván Onia Valero

viernes, 8 de julio de 2011

Luces de julio

La sonrisa empeñada en mi memoria
como la gravedad al vuelo,
tan leve...
voces amarillas,
olores de cantos.
Osas de plata dormidas,
luces de julio temblando.













Iván Onia Valero (2002)
Para los que nos acompañamos y partimos como el pan, en el julio de 2002 dentro del Campamento Los Molinos

miércoles, 6 de julio de 2011

Llaneza













Se abre la verja del jardín
con la docilidad de la página
que una frecuente devoción interroga
y adentro las miradas
no precisan fijarse en los objetos
que ya están cabalmente en la memoria.

Conozco las costumbres y las almas
y ese dialecto de alusiones
que toda agrupación humana va urdiendo.
No necesito hablar ni mentir privilegios;
bien me conocen quienes aquí me rodean,
bien saben mis congojas y mi flaqueza.
Eso es alcanzar lo más alto,
lo que tal vez nos dará el Cielo:
no admiraciones ni victorias
sino sencillamente ser admitidos
como parte de una Realidad innegable,
como las piedras y los árboles.

Jorge Luis Borges

martes, 5 de julio de 2011

Balada para mi muerte


Moriré en Buenos Aires, será de madrugada,
guardaré mansamente las cosas de vivir,
mi pequeña poesía de adioses y de balas,
mi tabaco, mi tango, mi puñado de esplín.

Me pondré por los hombros, de abrigo, toda el alba,
mi penúltimo whisky quedará sin beber,
llegará, tangamente, mi muerte enamorada,
yo estaré muerto, en punto, cuando sean las seis.

Hoy que Dios me deja de soñar,
a mi olvido iré por Santa Fe,
sé que en nuestra esquina vos ya estás
toda de tristeza, hasta los pies.
Abrázame fuerte que por dentro
me oigo muertes, viejas muertes,
agrediendo lo que amé.
Alma mía, vamos yendo,
llega el día, no llorés.

Moriré en Buenos Aires, será de madrugada,
que es la hora en que mueren los que saben morir.
Flotará en mi silencio la mufa perfumada
de aquel verso que nunca yo te supe decir.

Andaré tantas cuadras y allá en la plaza Francia,
como sombras fugadas de un cansado ballet,
repitiendo tu nombre por una calle blanca,
se me irán los recuerdos en puntitas de pie.

Moriré en Buenos Aires, será de madrugada,
guardaré mansamente las cosas de vivir,
mi pequeña poesía de adioses y de balas,
mi tabaco, mi tango, mi puñado de esplín.

Me pondré por los hombros, de abrigo, toda el alba,
mi penúltimo whisky quedará sin beber,
llegará, tangamente, mi muerte enamorada,
yo estaré muerto, en punto, cuando sean las seis,
cuando sean las seis, ¡cuando sean las seis!

Astor Piazzolla y Mina