domingo, 28 de noviembre de 2010

Nanas de la cebolla

(Poema de Miguel Hernández dedicado a su hijo, a raíz de recibir una carta de su mujer,
en la que le decía que no comía más que pan y cebolla)




La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te traigo la luna
cuando es preciso.

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en tus ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que mi alma al oírte
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan lato,
tan extendido,
que tu carne es el cielo
recién nacido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa ni
lo que ocurre.

Miguel Hernández

(El poeta moriría con tan sólo 31 años de edad a consecuencia de la tuberculosis, prisionero en la cárcel de Alicante, en 1.942.)






domingo, 21 de noviembre de 2010

Primera necesidad

Después de vaciarme me trepa el frío
de sanitarios dedos.

Soledad blanca y eco liso, imberbe
compaña con puñales de agua, roca
tatuada en la piel de duros fantasmas.

Dada a la luz lo que es oscuridad
pura, el puño de viento se apodera
de mi estómago. Sólo aire y herida,

y limpia pena y continente solo
me habitan mientras vuelvo a completarme.
Delgados y pacientes vuelven los grados
a mis entrañas. El frío está tras
esa puerta, ya lo noto chillando.

Espera como un lobo en la nieve
que yo regrese, para morder mi vacío.

















Iván Onia Valero

lunes, 15 de noviembre de 2010

Eso era amor

Le comenté:
—Me entusiasman tus ojos.
Y ella dijo:
—¿Te gustan solos o con rimel?
—Grandes,
respondí sin dudar.
Y también sin dudar
me los dejó en un plato y se fue a tientas.
















Ángel González