sábado, 27 de marzo de 2010

La libertad

Muchacho que sería yo mirando
aguas abajo la corriente…

VICENTE ALEIXANDRE
















Ver mi barba creciendo hacia el espejo del mar
con la vela extendida en la pupila del tiempo.

Aquí, por la avenida de las tibias farolas
aparecen relámpagos de algunos veranos,
cuando veía a los muchachos saltar al mar
subidos en barandas de piedra, con la piel
de serpiente que deja el agua en la adolescencia.

Eso era la libertad.

Aquel brote de cuerpos, aquellos inmortales
que logré detener en pleno instante hacia el futuro,
aún hoy no han tocado el agua, están volando
encima de un relámpago que no se acaba.

Eran otros veranos y eran otras ciudades,
pero la libertad existía en los gestos
equilibrados sobre la tarde de agosto
inflamándose encima de lo que perecía,
milagro de vencer el transcurrir de lo vivo.

Pero qué inútil ha sido todo en realidad.

Ya me llaman del hombro para viajar, partir
el recuerdo. Me dicen ponlaradio o quéfrío
y todo ha sido tan inútil desde entonces,
desde que olvidé a los muchachos de aquel verano
en la sombra de objetos que creí prescindibles,
hasta que han vuelto eternos, fuertes igual que potros
con esa libertad en los rostros y en los dientes
de aquellos navegantes que regresan intactos.

Iván Onia Valero

lunes, 22 de marzo de 2010

Cartas en primavera


Son ridículas las almibaradas misivas de la juventud en ciernes,lo decía Pessoa. Todo el mundo debería recordar al menos una palabra escrita a destiempo, alguna locura primera que, aún hoy, nos ruborice, aunque sea en la intimidad de la memoria y nos traslade sin remisión a aquel primer hombro de marzo que vimos desnudo o a aquellos labios que quisimos probar de repente. La primavera contiene el milagro de desprotegernos de todo lo construído hasta la fecha; de leyes absurdas y de corduras polvorientas para volver a ser irreverentes y lúcidos, pequeños animales tras una presa capaces de volver a escribir una carta de aquellas.

Iván Onia Valero















Cartas de amor

Todas as cartas de amor são
Ridículas.
Não seriam cartas de amor se não fossem
Ridículas.
Também escrevi em meu tempo cartas de amor,
Como as outras,
Ridículas.
As cartas de amor, se há amor,
Têm de ser
Ridículas.
Quem me dera no tempo em que escrevia
Sem dar por iso
Cartas de amor
Ridículas
Mas, afinal,
Só as criaturas que nunca escreveram
Cartas de amor
É que são
Ridículas….


Todas las cartas de amor son
ridículas.
No serían cartas de amor si no fuesen
ridículas.
También en mi tiempo yo escribí cartas de amor,
como las demás,
ridículas.
Las cartas de amor, si hay amor,
tienen que ser
ridículas.
Quién volviera al tiempo en que escribía
sin darme cuenta
cartas de amor
ridículas.
Pero, al final,
sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor
si que son
ridículas…

Fernando Pessoa

miércoles, 17 de marzo de 2010

Sacar punta a un lápiz

Sacar punta a un lápiz, aspirar
la ceniza del beso que contuvo
unidos la madera y el grafito
y son ahora sólo hojas que caen
con cada nueva vuelta en la cuchilla,
pálidos abanicos, minifaldas
amarillas y negras de STAEDTLER
que descubren la punta tenaz, mate,
alerta para los blancos senderos
de la página, como un soldadito,
igual que alguien dispuesto a demolerse,
a desgastarse para ser un verso
y asume el riesgo de quedar borrado
sin inmortalidades ni testigos.











Sacar punta a un lápiz es volver
y en cada media vuelta descendemos
caminos sin saber bien los lugares
a los que se regresa, puede que sea
a aquella infancia en la que fuimos cómplices
-goma en ristre- de la equivocación,
para desde allí unir aquel tiempo a este:
promisorio presente de la duda.

Iván Onia Valero

domingo, 7 de marzo de 2010

Estrella

Un nuevo homenaje a Manuel Vicent en su labor semanal. Esta vez nos tumba al raso sobre la arena en una noche de verano.














Tumbado boca arriba en la playa esta noche plácida de verano pienso que la suprema armonía de las estrellas preside la desgarrada violencia de la humanidad y el azar de nuestra existencia. Desear equivale a desiderar. Un deseo es una pregunta que se dirige a los astros siderales que gobiernan nuestros sueños. Recuerdo ahora el verso de Leopardi: vaghe stelle dell'Orsa. Sé muy bien que una de esas vagas estrellas sin nombre me pertenece. La he adoptado desde mi juventud como guía; a ella dirijo mis plegarias si se tuerce el rumbo de mi vida, a ella le doy las gracias cuando soy feliz. Puede que haya desparecido hace miles de años y que su luz sólo sea un grano de sal que brilla de noche sin nada que la sustente, pero mientras no se apague, espero seguir navegando con el viento a favor travesías todavía muy azules hasta el día en que me parta el corazón la daga del Gran Pirata. Tumbado en la playa en medio de la oscuridad he tomado un puñado de arena. Imagino que cada grano también es un astro, de forma que mi mano contiene todo el universo. Después he dejado que la arena se deslice entre los dedos y al final en el puño sólo me ha quedado un pequeño canto rodado. De niño, yo le hablaba a una piedra como ésta, que me acompañaba a todas partes. Era azul con una veta blanca y a ella le confiaba mis deseos mientras la calentaba con la mano para cargarla de energía. Puede que haya cierta armonía en la violencia. Detrás de su impasible serenidad, las estrellas se devoran entre ellas con sus fauces de fuego hasta precipitarse en un agujero negro. También este canto rodado debe su suavidad a millones de embates que el mar ha desarrollado sobre él hasta dejarlo pulido y delicado al tacto. Tal vez esa estrella sin nombre, que he adoptado, sufrió una explosión y desapareció del universo desintegrada en la nada, pero su luz parpadea esta noche en mi frente y a ella le dirijo mis deseos. Quiero que el día en que llegue el dolor, su huella me deje suave como esta piedra que tengo en la mano; que el desamor se convierta en una sonrisa placentera; que los sueños que no logré alcanzar se diluyan en el agua azul. No creo que dé para más una noche de verano. Ahora la brisa trae un bolero desde un lejano baile de playa y mientras allí unos adolescentes temblarán de pasión al besarse por primera vez , aquí una pareja de amantes habla, habla en la oscuridad con palabras ya gastadas. Cerca de la orilla hay gente asando sardinas. Vaghe stelle dell'Orsa. Esa estrella que ya no existe es la que amo y aún me pertenece.

Manuel Vicent

viernes, 5 de marzo de 2010

Existen pocas cosas que cobijen bajo el mismo manto a todo un colectivo de una forma más o menos unánime, pocas banderas más lindas que las palabras, ya lleguen al fondo de un lago o del alma. El escrito que continúa líneas abajo me llegó como supongo que le habrá llegado a mucha gente, en un mail, en una reseña de un blog... no se conoce autor para el mismo según he podido saber últimamente, lo que puede servir de valor añadido si queremos hablar de texto legendario (con mucho hielo y limón por favor) ya que su "no autoría" o la falta de firma más bien, puede hacer que cada uno piense que lo han podido llegar a escribir personajes de lo más variopinto (allá cada cual con su imaginación) o quizás, que es algo que nadie ha escrito aún y nace cada vez que se lee.

PD: Absténganse de la lectura siempre, aquellos que piensen que el fútbol es simplemente el opio de los necios, que este equipo, es sólo fútbol.

Iván Onia Valero



Mi hermano Diego tiene 9 años. Está en la edad de elegir equipo, algo que decidirá sus amistades, muchas alegrías, mucho sufrimiento y de verdad lo creo, su personalidad. Hace dos semanas me preguntó por qué era del Betis, entonces me quedé con las ganas de explicárselo todo, ahora lo hago con esta carta.

Diego, soy del Betis por lo que cabe en él: la risa, la paciencia eterna, los goles en contra al final del partido y la increíble respuesta a tiempo. En el Betis cabe lo distinto: un alemán negro, un brasileño rubio, un guineano de Valladolid, un portero sin dedos, un suizo beligerante. Caben bicicletas que no llevan a ningún sitio, pero emocionan y valen más que cualquier fortuna, caben delanteros inofensivos, la maldición del extremo izquierdo, el gorro de Finidi, el fallo de Cardeñosa, el penalti de Joaquín, los goles de falta de un portero, el manquepierda, las rimas de Melado, el Currobetis, los 21 penaltis contra el Bilbao, las lágrimas de Esnaola, el regate de la tostá, un escudo masónico, las marchas verdes.

En el Betis cabe el sentirse raro al ganar, la pasión por sufrir, el absurdo, el no saber explicar por qué y sin embargo nunca dudar de que hay algo especial que lo rodea todo.
El Betis nació para evitar una injusticia a un minero: era suficientemente bueno jugando al fútbol pero no suficientemente rico. Desde entonces, al Betis le roban lo que regala, se ríe de los puristas, de los resultadistas de lo que es útil pero feo, es un 2-4 en la inauguración del Pizjuán.

Es sorpresa, no es fútbol es balompié, el Betis es sacar el balón jugado cuando no se puede, la poesía frente al informe, la resaca, no la aspirina, Rogelio comiéndose un huevo duro que le tiraron en un derbi, la broma antes que el esfuerzo, es no saber perder tiempo, es desafiar al destino poniendo trece barras en su escudo o tener una peña en Chechenia.

El Betis es la vena del cuello de Kiko Veneno cuando canta «El mundo es una tontería», el Rey don San Fernando conquistando Sevilla, Curro Romero abucheado, un cubata de Silvio, los canteranos que quedan por salir, los extranjeros que se quedarán a vivir aquí, una pegatina en una portada de la feria o un tetra brick lleno de cenizas y promesas.

En el Betis cada jugada es el principio de una revolución preciosa que tarda pero llegará, los regates son desafíos al orden, la gente, quijotes orgullosos de haberse equivocado al elegir y de participar en una mentira que vale la pena.













Anónimo (o no)

martes, 2 de marzo de 2010

Mi pluma














Mi pluma tiene la virtud innata
desde que la adquirí de haber sabido
guardar silencios; largos de cajón
y meses o sencillos, descapuchada
en una desnudez fiel y sin prisas,
aguardando de mis dedos una orden
que trajera a la luz lo que leéis.

Paciente ha soportado con valor
mis infidelidades de putero
sin tapujos
y el alma pendenciera de mis manos,
se ha tragado conmigo y como nadie
la saliva de barro del insomnio
con los ojos abiertos a la nada,
el peso de mis búsquedas nocturnas,
el humo de los flexos, los papeles
en blanco y mi tristeza peregrina.

Hay veces en que sólo nos miramos
sin nada que decirnos, quizás por
cansancio o porque ya esté todo escrito
y encierra en su columna una recámara
de venenos impresos y el sabor
a sílaba que guardan las ternuras.

Mi pluma esconde en su glóbulo negro
la clavícula blanca de un secreto
y el mar de abril con mi última ceniza.

Iván Onia Valero